Winston Churchill dijo `Damos forma a nuestros edificios y luego son ellos los que nos dan forma a nosotros´. Esta cita podría resumir de una forma perfecta cómo el lugar en el que vivimos tiene un papel fundamental sobre cómo nos sentimos, nuestro comportamiento y nuestras emociones. Y es precisamente esto lo que trabaja la Neuroarquitectura. Para saber un poco más hemos consultado a la experta Sandra Borge, de MEHŌME Studio.
“La Neuroarquitectura es una práctica arquitectónica que utiliza herramientas de la Neurociencia para diseñar el espacio a través del conocimiento del cuerpo humano. Solo entendiendo cómo funcionamos, podremos crear espacios que respondan a nuestras necesidades y mejoren nuestra salud física y mental. Y aunque el concepto en sí es relativamente reciente, su ejecución no lo es. Arquitectos como Barragán, Bo Bardi, Neutra, Hollein, Herzberger, Holl, Kahn, Pallasmaa o los matrimonios Aalto, Eames o Piëtila, ya lo trabajaron en sus obras arquitectónicas. Lo que aporta la Neuroarquitectura de novedoso, es la base científica que avala las intuiciones de estos arquitectos del pasado”, asegura Borge.
Un sistema único
La gran problemática a la que se enfrenta la Neuroarquitectura es que cada cuerpo es un sistema único e irrepetible. Nuestra percepción del hogar no solo depende de factores fisiológicos, sino de otros como la memoria y las emociones basadas en nuestras vivencias, recuerdos y experiencias. Por ello, cada uno de nosotros percibiremos nuestro hogar en base a nuestro pasado y es imposible crear una receta que pueda aplicarse de forma general. Pero existen factores comunes que pueden favorecer la relación con nuestras casas.
Acciones y no espacios. De la misma forma que nosotros somos mucho más que una profesión, nuestro hogar es más que la suma de habitaciones. Separemos nuestra casa por acciones, que son las que de verdad nos definen, y no por estancias.
Rodéate de naturaleza. Ver vegetación desde la ventana, tener plantas en casa o incluso, colocar fotografías o cuadros de motivos vegetales, pueden ayudarnos a relajarnos y regenerar nuestra mente, haciendo de nuestra casa un entorno más saludable.
Trabaja la luz. Nuestro reloj biológico, que está localizado en el hipotálamo y responde a la luz, controla nuestros ritmos circadianos. Con la luz del sol nuestro cuerpo se activa y con su ausencia, se relaja, generando melatonina, que es la hormona del sueño. Para garantizar un correcto descanso, es recomendable utilizar luces frías (6000K) en las zonas donde realicemos una mayor actividad y luces cálidas (2700K) en aquellas donde se busque la relajación y el descanso.
Vivan los colores. Aunque la percepción del color es algo subjetivo, se ha comprobado que el color es uno de los factores que más influyen sobre nuestras emociones.
Practica la salutogénesis. La OMS estima que el 80% del origen de las enfermedades se deben al ambiente que habitamos, mientras que solo el 20% tienen un origen genético. Conociendo estos datos, podemos trabajar nuestra casa para que nos ayude a mejorar nuestra salud (salutogénesis). Disponer de ventilación cruzada, utilizar materiales naturales frente a sintéticos, controlar la humedad y el dióxido de carbono, reducir el ruido o regular la iluminación, son algunos de los factores que podemos trabajar.
Abraza la curva. Hay estudios que demuestran que los edificios o el mobiliario con aristas o ángulos agudos son percibidos por nuestro cerebro como elementos agresivos. Estas formas puntiagudas activan la amígdala, que es la parte de nuestro cerebro encargada de las respuestas emocionales como la alerta o el peligro. Por el contrario, las formas redondeadas o curvas, nos relajan.
Conecta con tu hogar. El flujo de información con nuestro cerebro se realiza por dos vías, el neocórtex, que es el encargado de la parte racional, y el sistema límbico, la emocional. En la sociedad actual en la que vivimos, inmersos en un constante fluir de pensamientos, sobreactivamos el neocórtex y nos disociamos de nuestro sistema límbico, de nuestras emociones. Pero para conectar con nuestro hogar, necesitamos estar presentes, necesitamos ser conscientes de los estímulos que nos envía: cómo huele nuestra casa, qué sonidos se escuchan o cómo se ilumina por los rayos del sol.
Diseña tus emociones. Una vez somos conscientes del espacio que nos rodea, podemos trabajar sobre él y sobre las emociones que queremos que nos despierte.
Pon atención sobre lo que te rodea. Levanta la mirada de estas líneas y observa tu casa y los objetos que forman parte de ella, ¿qué dicen de ti? Qué recuerdos o emociones te generan? Con frecuencia, tendemos a almacenar objetos que no hablan de nosotros y ni reparamos en ellos.
Conócete. Este punto debería ser el más sencillo, pero en verdad es el más complicado. Para poder vivir en armonía con nuestro hogar, debemos reconectar y entenderlo como una extensión de nosotros mismos, una nueva piel que nos acoge.